La noche ha sido corta, apenas unas horas de sueño. A pesar de todo, me levanto a la primera llamada del despertador. Hoy es 18 de marzo.
El sol empieza a asomar cuando cojo el coche en dirección de Massamagrell. No dejo de repetirme que va a ser un gran día. El método Coué para alejar mis angustias. La radio es patética esta mañana y no tengo ganas de escuchar todas las miserias del mundo. Pongo el CD “Siamese Dreams”: sueños siameses que, automáticamente, enfocan mis pensamientos hacia Ramón. Me acuerdo del mes y medio que acabamos de pasar para preparar este gran día. Una última aparición en su plaza de Valencia, el último toro para la salida de un artista. Más lo pienso y más me cuesta asimilar que tenemos que poner un punto final a esta aventura dentro de algunas horas.
Durante los veinticinco minutos del trayecto, me acuerdo de los secretos que hemos compartido. En la cabeza de Ramón galopan decenas de toros: ‘Faraón’ de Machancoses, ‘Membrillito’ de Hnos. Serrano, ‘Extravagante’ de Juan Pedro Domecq y ‘Fandango’ de Guadaira, cuya cabeza domina el comedor de su casa y que su pequeño hijo saluda todas las mañanas. Pero el más importante es seguramente ‘Chorlito’, del Conde de Mayalde, imponente toro castaño armado como un tanque. Es, sin duda, el toro que volvió a poner a Ramón en el camino después de un periodo de dudas y frustraciones producidas por las cornadas que lo mutilaron en sus últimos concursos. El tipo de toro que te permite reencontrarte con el sitio y la confianza perdida. Fue en 2011, en el día de su peña. Ramón se ofrece voluntario para recibir el toro a la salida del cajón, en las calles abarrotadas de Massamagrell. A la hora prevista, Ramón se planta solo delante del cajón. Detrás de él, la multitud, delante ‘Chorlito’ que espera su liberación en la oscuridad relativa de su jaula. Sobre los hombros de Ramón, la presión y la responsabilidad de recibir a ‘Chorlito’ a su salida. La puerta se levanta y el morlaco aparece. “El Blanco” lo recorta y la relajación es total cuando los quinientos kilos de bravura lo rozan. Esta sensación de vacío y abandono, “El Blanco” las recuerda perfectamente. Para él fue un detonante. Ramón acaba de reencontrar “el sitio” delante de este toro. Por fin se siente preparado para realizar lo que le obsesiona desde hace varios años: despedirse del mundo del recorte.
Cuando la noticia de su adiós saltó oficialmente en el mes de enero, enseguida llamé a Albert de Juan:
« Albert, he leído que “El Blanco” se despide de los concursos en Fallas. ¿Le conoces?
— Sí, un poco.
— Habla con él y proponle hacer un reportaje. Quiero seguirle durante el mes precedente a su última actuación. Pienso que puede ser interesante. Hazlo conmigo si quieres. ¡Podemos hacer algo bonito!
— Intentaré hablar con él el sábado, van a sacar un toro en Massamagrell. Me imagino que estará.
— Apáñatelas para que esté de acuerdo, tenemos que hacerlo. No estaré el sábado, pero te llamaré para que no se te olvide.»
Esta idea le encantó a Ramón y, por mi parte, es una de las aventuras más bonitas que se me ha dado la oportunidad de vivir en el mundo del toro. Me acuerdo de nuestro primer encuentro en un certamen de aficionados prácticos a principios de febrero. Me impactó su elegancia y simpatía, lo que contrasta mucho con la imagen que dan ciertos recortadores de hoy en día. Me acuerdo de nuestro primer viaje al Sur con “Chime” y Pepe. Los momentos en buena compañía, las anécdotas y las risas que amenizaron las toneladas de kilómetros realizados. Me acuerdo del entrenamiento en la ganadería de Luis Alcón, en una joya de placita, ubicada en la montaña de la Vall d´Uixo con vistas al mar. De la presencia de César Palacios, leyenda del recorte, rey del quiebro, que, a pesar de meses sin ver la sombra de un pitón, te deja boquiabierto por su habilidad y te contamina con su entusiasmo por volver a ponerse delante de unas vacas. Me acuerdo de ‘Ruiseñor’ y de su cruce de miradas con “El Blanco” durante una visita en su cercado de Moncada. Me acuerdo del fin de semana en Fuente Ymbro y el Marqués de Albaserrada, hinchándonos de vacas y afición. No hay precio para todo lo que hemos vivido.
La ‘despertà’ me saca de mis sueños. He aparcado el coche en frente de la casa de Ramón y los falleros disfrutan tirando petardos en la calle desierta. Un alboroto que despierta a los festeros para empezar un nuevo día de Fallas. Les veo girar la esquina y cuando me doy la vuelta, Ramón viene hacia mí. Nos saludamos, pero evito preguntarle cómo esta. Puedo adivinar el estado en que se encuentra a pocas horas de su actuación. Seguidamente llega Albert. Al igual que nosotros se lee en su rostro las pocas horas de sueño. El último en llegar es José y ya estamos todos para irnos a la plaza. Albert ha tenido un sueño en el cual esta mañana se le aparecía como un auténtico desastre… Le miro con cara de susto, Ramón frunce el ceño, y finalmente todo el mundo se tranquiliza. Albert es bastante guasón y su alusión relaja el ambiente.
A nuestra llegada a la plaza, vemos a Pepe “El Andarillo” que acompaña a ‘Ruiseñor’. Éste espera en el camión desde hace más de una hora y todavía no ha sido desembarcado. Pepe esta de mal humor. Le gustaría que todo estuviera arreglado rápidamente. Ramón necesita aislarse en una habitación encima de los corrales con vistas a la plaza. Coge un libro y se acomoda en el sofá mientras Albert y yo hacemos las primeras fotos. “El Blanco” está preocupado: un párrafo que narra la superstición de Juan Belmonte, le recuerda un hecho que ocurrió esta mañana. En los pasillos de la plaza, alguien le dio una imagen santa; casi nada para la gente normal pero la causa de muchos tormentos para un torero, pues el ritual preestablecido se va a hacer puñetas. Ramón ya tenía sus iconos. ¿Qué tiene que hacer con éste? ¿Tiene que ponerlo con los demás o dejarlo de lado? No necesitábamos esto… Para cambiarnos las ideas, miramos los corrales por la ventana donde están desembarcando la corrida de rejones del día siguiente. Los pupilos de Fermín Bohorquez se reparten leña a tutiplén.
Por mi parte, decido salir para ver si el turno de ‘Ruiseñor’ llega pronto. Me cruzo una vez más con Pepe, irritado como si le hubieran quitado el puesto en la cola del supermercado. Cojo la pasarela que domina los chiqueros y llega a los tendidos. Los primeros espectadores han cogido sitio pero dudo de que la plaza se llene. El día anterior ya hubo un concurso, y hoy mismo hay otro en Castellón.
Al igual que los matadores, “El Blanco”, ha preparado la silla del torero con su ropa. En una mesa pequeña, frente al espejo, ha instalado minuciosamente las imágenes santas, un rosario y unas medallas. Ramón está como un león en su jaula. La espera empieza a pesar y la tensión es palpable. “El Blanco” decide vestirse. Le queda aproximadamente una hora y necesito tomar el aire y fumar un cigarro. Tengo ganas de que desembarquen a ‘Ruiseñor’ ya. Este ambiente tenso lo conozco muy bien y quiero escaparme. Cuando llego a los chiqueros, Mónica, la mujer de Ramón, entra con su hijo Héctor vestido con la misma camiseta que llevará su padre. Me acuerdo de la primera vez que nos vimos cuando me explicó hasta qué punto deseaba que todo esto acabara pronto. Le gustan los toros, pero ya no quiere que se crucen en el camino de su marido. Recuerdo estar sentado en su cocina, un sábado de febrero, en compañía de “Chime”, mientras ella daba la comida a un pequeño Héctor insaciable. Teníamos que hacer algunas fotos, hablar de sus sentimientos, de anécdotas, de su marido, de toros y de todas las cosas que hacen el día a día de una mujer de recortador. Creo haberle hecho una única pregunta, anodina, sobre la última aparición de Ramón, pero su respuesta me dejó sin palabras. Una respuesta corta y seca, una especie de llamamiento de socorro, casi desesperado: simple realidad de una mujer de torero que tiene que vivir en la espera, la angustia y el miedo… Al final de un espeso silencio, decidí marcharme, pretextando que el pequeño tenía que hacer su siesta. Había detectado un verdadero sufrimiento; yo estaba conmovido y desolado. Hoy Mónica no se sentará en los tendidos; esperará con Héctor en los chiqueros. No sé qué es más difícil: ver la actuación o fiarse de las reacciones de la plaza. Ánimo Mónica…
‘Ruiseñor’ muestra el hocico en el corredor que lo lleva a los corrales. Tranquilamente, sin sobresaltos, se enfila hacia las puertas y se precipita en la manga que le conduce hasta su celda. Pepe está aliviado, todo ha ido muy bien para su protegido. Voy a ver a Ramón para avisarle de que todo ha salido perfectamente. En pleno recogimiento, “El Blanco” se encuentra de pie delante del espejo. Concentrado, no da importancia a las personas presentes en la habitación. “Moreta” y Carlos han llegado; son ellos los que le van a ayudar a colocar el toro.
¡Ay “Moreta”! Me acuerdo de nuestro fin de semana en Fuente Ymbro. “Moreta”, Ramón y Pepe habían afrontado las catorce vacas que nos había soltado el mayoral. Después de tres horas de entrenamiento, exhaustos pero felices, estábamos todos reunidos para disfutar una buena comida. Mientras “Moreta” devoraba su plato de carne en salsa, Ramón le pidió que le ayudara a colocar el toro en su gran día. “Moreta” palideció, puso el tenedor en la mesa y ya no volvió a tocar su plato:
« Moreta, ya llevamos dos fines de semana de entrenamiento juntos. Sabes donde quiero que esté el toro y por donde quiero que salga. Sólo necesito hacerte una señal y me entiendes enseguida. No vas a estar solo, Carlos también estará.
— Blanco, yo sólo quería estar allí, en vaqueros, en el callejón, por si pasa algo poder quitarte el toro…
— Si me pasa algo, la mitad de la plaza va a saltar al ruedo para echarme una mano. Yo, quiero que estés conmigo para poder colocar al toro ».
Con la idea de esta responsabilidad en mente, “Moreta” se saltará el postre para pasar directamente al gin tonic. Pero aceptará.
Ramón termina de guardar, una a una, las imágenes santas en su cajita. Es el momento de los saludos y los abrazos, en la quietud, sin efusiones, sin carcajadas. La paciencia tiene sus límites y las ganas de pelea crecen. Algunos estiramientos, una última conversación con Carlos y “Moreta”: ha llegado la hora de dejar la habitación para irse a la plaza.
Ramón llega a los chiqueros donde le esperan Mónica y el pequeño Héctor. La emoción es máxima cuando Ramón coge a su hijo en brazos y le abraza. Con los ojos humedecidos, parece que no quiere soltarle. Héctor adivina la intensidad del momento y pega su frente contra la de su papá. La pareja se abraza, se desea buena suerte en voz baja y los tres se funden en un gran abrazo. A regañadientes y muy afectado, Ramón se aparta para emprender el camino que le lleva hacia su destino. Durante el trayecto hacia el patio de cuadrillas, se adentra en la capilla. Yo, no entro. No quiero, no puedo. Intento huir de la emoción que empieza a invadirme y salgo corriendo hacia el primer piso de la plaza. Arriba, sé que existe una ventana que da a la capilla y me permite participar del recogimiento de Ramón a mi manera. Cuando se levanta, después de haberle pedido ayuda a la virgen, bajo las escaleras a toda prisa para volver a ponerme a su lado. La espera empieza de nuevo, insoportable. En el patio de cuadrillas, que está a reventar, es el momento de las palmadas, abrazos, bonitas palabras y ánimos. Se eterniza, “El Blanco” debería entrar ya. Temo que su concentración y su motivación se consuman poco a poco. Me acerco al ruedo y recibo una enorme bofetada, así como un subidón de adrenalina: ¡la plaza está llena a reventar! Ramón no lo ha visto aún. Tengo que decírselo, sé que se pondrá contento. Voy a verlo, y tranquilamente le digo:
« ¡Ramón, está lleno! Han venido todos, para ti, para verte. Como en los viejos tiempos.
— Flo, han venido a ver a los Pablo Romero, me suelta con una sonrisa irónica.
— ¡Una polla! »
La presentación va a empezar. Bajo y me apoyo contra las puertas que abren al ruedo. Albert está detrás de mí. Uno a uno, los recortadores saltan al albero arropados por los aplausos y forman una hilera de honor en el centro. Ramón está solo en el túnel. Cuando el graciosísimo presentador empieza su interminable palmarés, el micro le abandona. Nada, ningún sonido, horror. Sólo faltaba eso. La cara de Ramón se crispa. Esperar, otra vez, cuando él, lo único que pide es salir del túnel para saludar a la Afición y desafiar a ‘Ruiseñor’. Carlos y “Moreta” le rodean ahora, al igual que una cuadrilla. Una sonrisa, una broma, un no sé qué y veo que Ramón se relaja y se lo toma con calma. Ya está, “El Blanco” se lanza, pasa de la oscuridad del túnel a la luz de la plaza, se planta en medio del ruedo y saluda como un torero. Por la reacción de la multitud, se entiende por quién han venido, quien les ha sacado de la cama un domingo por la mañana en plena celebración de Fallas. Tengo el corazón a mil.
Busco, en vano, a los padres de Ramón entre el público. Están aquí, estoy seguro. Hace un mes, me aseguraron que iban a venir. Pienso en su madre, Mercedes, en su padre, Ramón, y en todo lo que me contaron sobre su hijo: un niño bueno que dibuja toros desde su más tierna infancia y que, desde muy pronto, siguió a su padre en busca de los “bous al carrer”; unos padres repletos de afición transmitiendo el virus a su hijo que, muy pronto, pisa la arena y el asfalto para desafiar al toro. Ramón padre se acuerda de un acontecimiento que le quedó grabado en la memoria: una tarde, en Almenara, mientras persiguen un toro que galopa en la calle, su hijo se distancia y lo pierde de vista. Cuando lo encuentra, su hijo está solo, plantado en medio de la calle, cara a cara con el toro. Al ver una presa fácil, el morlaco arranca y entra en el quiebro de Ramón. Echando la memoria atrás, es su primer quiebro. El padre está fascinado por la serenidad y la tranquilidad de su hijo en el momento crítico, por su manera de quedarse quieto a toro pasado: ha nacido un torero. Nada será como antes. Mercedes, por su parte me confía que “no había ninguna razón para impedirle ir a los toros. Siempre vimos que era prudente y no una cabeza loca. Un día volvió a casa con el formulario de solicitud de la escuela taurina de Valencia para que lo firmáramos. Lo rasgué y lo tiré a la basura. El niño se deshizo en lágrimas y me prometió que, entonces, sería uno de los mejores recortadores”…
Mercedes ha tenido que sufrir un montón de momentos duros y crueles. Ella, que vive en la preocupación perpetúa cuando su hijo sale de casa. Vacaciones de verano y fines de semana exclusivamente dedicados al toro: diez años, con unos cuarenta o sesenta concursos al año. Ramón ha recorrido España de Norte a Sur y de Este a Oeste. Varias veces, de vuelta a casa después de la compra, Mercedes rompe a llorar, víctima del celo y los reproches de otras madres que no entienden cómo una madre puede permitir que su hijo se juegue la vida persiguiendo toros.
Cuando estos pensamientos me abandonan, Ramón está en el ruedo con el equipo médico de la plaza: el homenaje del torero a las personas que le salvaron la vida. [Valencia, octubre de 2006, el pitón del toro atraviesa el cuello de ”El Blanco” que, operado por el médico de la enfermería de la plaza que no puede retener las lagrimas, guía al personal médico en su trabajo, y tranquiliza a sus padres que acudieron al lecho].
Después llega el turno de ‘Ruiseñor’ y del “Blanco”. Una señal con la mano y el torilero abre la puerta y libera a ‘Ruiseñor’ que entra al paso. Observa perplejo la plaza, a la izquierda, a la derecha, y se lanza a la otra parte del ruedo. Vuelta de observación, durante la cual “Moreta” y Carlos mueven el toro para que Ramón pueda adivinar sus reacciones y cogerle la medida. ¿El toro será fiel a lo que Ramón pensó detectar en el campo? El primer recorte es fundamental para estar seguro del comportamiento de ‘Ruiseñor’ y ganar confianza. Rápidamente, Ramón se posiciona en el centro del albero y llama a su adversario que arranca al galope. Ramón describe un arco de círculo que remata arqueándose en el momento del encuentro. ‘Ruiseñor’ superado por su velocidad, no puede alcanzar al hombre y pasa tras su espalda. Respiro. La plaza entera exulta y respira. Mónica, en la oscuridad de los chiqueros y guiada por la multitud, respira. Ramón padre y Mercedes respiran. “El Blanco”, que le ha tomado la medida a su adversario, sigue con el reverso que lo ha hecho famoso. La plaza tiembla y gruñe. La fiesta es total y puede continuar. Los quiebros y recortes se encadenan hasta que ‘Ruiseñor’ tira la toalla, dominado, vencido por la torería del “Blanco”. Un último desplante, rodilla al suelo, delante de su último toro, y Ramón recibe todo el cariño de su público que lo aclama puesto en pie. Un torero, un maestro de la tauromaquia a cuerpo limpio, saluda por última vez a su plaza antes de salir a hombros, llorando, bajo una tremenda ovación.
Desde el callejón, veo a Mónica y a Héctor en los tendidos. Acaban de entrar para disfrutar de la vuelta al ruedo de Ramón. Mónica está feliz. Una nueva etapa puede comenzar porque los fantasmas que la atormentaban van a desaparecer poco a poco, llevados para siempre por el toro ‘Ruiseñor’.
Fotografías Valencia, 18 de marzo de 2012 © Albert de Juan y Florent Lucas