Dans les années quatre-vingt-dix, il y avait un matador, Ángel de la Rosa, élégant, plutôt fin. Dans ses bons jours, Ángel de la Rosa toréait plutôt pas mal de la main gauche, et Joaquín Vidal l’avait noté un jour de mars, sans doute à Valence : « Una faena con la mano izquierda enterita hubo, instrumentada con la izquierda de principio a fin por Ángel de la Rosa para la insistente ejecución del pase natural, que es suerte básica del toreo… […] Fue una faena que deberá figurar en los anales de la tauromaquia, porque los toreros de la época torean todos con la mano derecha, y si por una de aquellas casualidades de la vida al toro le repugna tomar los derechazos, esos toreros derechacistas ya no saben qué hacer y se quedan perplejos. »
C’était en 1994, un peu le coup d’un jour, car Ángel de la Rosa laissera le souvenir d’un torero élégant mais modeste qui, parfois, toréait de la main gauche, comme les anges, mais pas assez souvent pour s’envoler au firmament de la Fiesta. Cette année-là, on se souvenait aussi que soixante ans auparavant, en 1934, un toro en avait terminé avec la vie d’Ignacio Sánchez Mejías. « Eran las cinco de la tarde… » et aucun ange gardien n’avait rien pu faire pour sauver Sánchez Mejías de l’irrémédiable.
Dans les années quatre-vingt-dix, il y avait un autre Ángel, el ángel de la guarda, l’ange gardien. Lui ne s’appelait pas Ángel mais Joselito, comme le grand Joselito. Et le 29 septembre 1994, l’ange gardien a tiré sa révérence après mille sept paseíllos effectués dans les arènes de Madrid. Plus de mille… Ni Joselito, ni Belmonte, ni Guerrita, ni personne avant eux, et encore moins après.
L’ange gardien s’appelait Joselito Calderón, José Cabezas Porras pour l’état civil comme le rappela le lendemain Joaquín Vidal dans El País : « El ángel de la guarda saludó a la Afición y se fue. ¿Y ahora qué hacemos? Porque ir a los toros en Madrid sin que esté el ángel de la guarda, que para el mundo artístico tiene adoptado el nombre de Joselito Calderón — José Cabezas Porras en el Registro Civil —, va a suponer un vacío, una carga de añoranzas ; eso desde el tendido, mientras en el ruedo lo que se va a echar en falta es su benefactora intercesión. Mil paseíllos llevaba Calderón en Las Ventas, según sus propias cuentas, y quizá sean asimismo mil los quites que ha hecho a sus compañeros. Con los palitroques anduvo seguro tiempo atrás, no tanto últimamente, fino casi nunca, pero con el capote y al quite era el número uno, la eficacia personificada, la providencia vestida de grana y plata. Toreros se ha visto en Las Ventas a punto de ser entrampillados por el toro, cuando se les aparecía el ángel de la guarda, este Joselito Calderón tauromaturgo y torero, que se cruzaba raudo, deshacía el embroque echando el capotillo al hocico de la fiera y se la llevaba lejos embebida en sus vuelos. El último par de su vida lo consumó Joselito de sobaquillo y dejó prendidas en lo alto las dos banderillas, que algo es, en los tiempos que corren. Óscar Higares, en cuya cuadrilla militaba, le brindó el toro. Terminada la corrida, su hijo le desprendió la coleta. Todos los toreros le abrazaron en medio de la ovación cerrada del público puesto en pie, y Curro Romero hasta le dio un beso. »
Avec cette photographie prise lors de la dernière Féria d’automne, Juan Pelegrín a réveillé quelques souvenirs… ¡Gracias Manon!