29 avril 2008

La tortura no es arte ni cultura


Sans doute l’avez-vous remarqué. Depuis quelque temps, certains, chez nous, ne semblent vivre leur passion pour la Fiesta qu’au travers de leur combat contre les "zantis". Il existe même des espaces taurins où le sujet doit bien occuper une bonne moitié de la production, voire plus. « Hay gente pa tó » disait le divin chauve. Alors, pourquoi pas... même si nous avons tendance à trouver cette attitude bizarre. Nous avons le sentiment que, d’une certaine manière, nous avons, nous aussi, nos mémères à son chienchien, nos Brigitte Bardot... Il en faut me direz-vous, et mieux vaut que ce soit eux que nous. Hay gente pa tó...
Tout ça pour en venir à une chronique de Joaquín Vidal de 1996, à Valencia, intitulée : « La tortura no es arte ni cultura ». Vous allez voir, une bouffée d’air pur, une démonstration éclatante de ce que peut être la liberté d’expression, le journalisme d’opinion, loin des petites combines loco-locales, des « je te tiens, tu me tiens par la barbichette ». La vérité c’est qu’actuellement absolument personne n’est en mesure d’écrire ce genre de choses. Je veux dire sur le fond. La forme, n’en parlons même pas... Un recuerdo Maestro.


La tortura no es arte ni cultura
Joaquín Vidal – El País CULTURA - 19-03-1996
Plaza de Valencia, 18 de marzo. 12ª corrida de feria. Lleno

Hecho el despeje, en la naya de sol dos muchachos, chico y chica, extendieron una pancarta que decía: "Tortura, ni es arte ni es cultura". Parte del público, al advertirlo, les pegó un abucheo y no hubo más. Se sentó al público a ver la corrida y los chavales también. Pareció entonces que se había olvidado el incidente pero he aquí que aparecieron los guardias en la naya, arrebataron violentamente la pancarta y expulsaron sin contemplaciones a sus portadores. Un atropello bochornoso que produjo auténtica indignación. Daba vergüenza ser aficionado a los toros, ser ciudadano y ser español ante aquel brutal ataque al derecho de opinión, ante aquella arbitraria expulsión de unos chavales majísimos que no se habían metido con nadie, ante aquella facistada incalificable.

Guardias contra unos chiquillos inocentes, que se limitaron a saludar sin un mal gesto y a exhibir una pancarta donde se decía la verdad : tortura no es arte ni es cultura. Tan obvia era la proclama como que lucía el sol y estábamos en fallas. En lo que seguramente estaban equivocados los dos muchachos es en creer que lidiar un toro bravo consiste en torturarlo. Varas y banderillas son suertes proporcionadas al poder de las reses, que no buscan tanto castigarlas como ahormarlas y calibrar su bravura. Mucho habría que hablar y discutir sobre la naturaleza de la lidia y su licitud. Lo que no puede hacerse de ninguna manera -salvo abuso de autoridad y brutalidad manifiesta- es violentar a quienes están contra ella y echarlos a empujones.
Si les hubieran dejado ver la corrida, los dos chicos de la protesta hubiesen advertido que, efectivamente, aquello era una verdadera animalada. Porque sacaron unos toros mínimos, una birria de toros, mermados de fuerza y de pitón, indefensos ante el caballazo acorazado y el siniestro individuo del castoreño que lo cabalga, humillados después por unos toreros que en lugar de torear les hacían cucamonas.
Ahí sí estaba el delito. Ahí -y en todas las corridas de la feria - es donde debió intervenir la autoridad, y mandar guardias y llevar al cuartelillo a los defraudadores, a los que convirtieron el espectáculo en estafa y la fiesta brava en tortura. Pero en lugar de detenerlos les dieron franquía para cometer sus desmanes. La propia autoridad era cómplice, y con ella, los políticos, que ocupaban las mejores localidades del coso. Allí estaban los del pepé y los del popó. Allí los que aún gobiernan y los que quizá gobiernen. Allí ministros en funciones y ministros in pectore, allí alcaldes y alcaldesas, diputados y concejales, callando ante la sórdida irrupción de los guardias y aplaudiendo divertidos la siniestra mascarada en que los taurinos habían convertido la función...

... una especie de novillos que daban la sensación de afeitados, a los que rajó las entrañas la acorazada de picar acorralándolos contra las tablas. Tal fue la versión astrosa y repulsiva de la secular fiesta brava, que ofrecieron ganadero y lidiadores, permitió la autoridad y aplaudieron los políticos. Y eso no es arte ni cultura, efectivamente. Eso es tortura. Eso es una vileza y es una estafa.