Ce 30 mai 1993, en pleine féria de la San Isidro, la famille Cuadri et les aficionados témoins n'oublieront jamais le grand spectacle de caste et de bravoure offert par 'Clavellino', un toraco noir de 601 kg sorti en cinquième position. Et Joaquín Vidal écrivait ceci :
Asi se viene a MadridPlaza de Las Ventas, 30 de mayo. 23ª corrida de feria. Lleno.
¡Enhorabuena, ganadero!", gritó alguien desde los tendidos de sol, ya avanzada la corrida. Y el resto de la plaza se unió a la felicitación. El ganadero merecía todos los parabienes por el esmero con que seleccionó sus reses, por la casta que exhibieron a lo largo de la lidia, e incluso por la bravura, que tuvo su mejor exponente en el quinto toro.
Toro-torazo, más bien, ese quinto de la tarde, serio, cuajado y hondo; romaneador, peleón y fijo en la embestida durante su pelea con la plaza montada, que le metió cuatro varas y aún habría soportado más si no llegan a ser varas ole varapalo, bárbaras varas, descuartizadoras y asesinas. Sí señor: así se viene a Madrid. Así vienen a Madrid los ganaderos buenos; los ganaderos escrupulosos, los que tienen sentido de la responsabilidad, amor a la fiesta y son conscientes de que este espectáculo exclusivo que constituye el arte del toreo sólo puede: desarrolarse en plenitud si se conservan en pureza las características esenciales del toro bravo.
La afición madrileña se apercibió en seguida del festival de casta que estaban ofreciendo los toros, siguió con interés su lidia, calibró los distintos grados de bravura en la medida que la brutal torpeza de los picadores lo permitía y reaccionó finalmente con verdadera emoción y agradecimiento, aplaudiendo largamente al mayoral y obligándole a que saliera a saludar.
Hubo de ser por la fuerza, pues se resistía, y el hombre - incrédulo y quizá tímido, según les suele ocurrir a la gente de campo cuando la trasplantan a la urbe, bien que a su pesar - se limitaba a dar cabezadas y mover la manita desde el callejón.
Empleados de la plaza abrieron entonces una puerta, lo sacaron a empujones y entonces el mayoral no tuvo más remedio que salir al tercio, ponerse marchoso y saludar sombrero en mano.
Estampa torera la del mayoral, que no se veía en Madrid desde hace mucho tiempo.
Hubo de ser por la fuerza, pues se resistía, y el hombre - incrédulo y quizá tímido, según les suele ocurrir a la gente de campo cuando la trasplantan a la urbe, bien que a su pesar - se limitaba a dar cabezadas y mover la manita desde el callejón.
Empleados de la plaza abrieron entonces una puerta, lo sacaron a empujones y entonces el mayoral no tuvo más remedio que salir al tercio, ponerse marchoso y saludar sombrero en mano.
Estampa torera la del mayoral, que no se veía en Madrid desde hace mucho tiempo.