Sabido es (Valle-Inclán dixit) que nadie puede ser sublime sin interrupción; Morante de la Puebla tiene ese don de dejar inacabadas las obras de arte, igual que algunos pintores dejan inconclusos sus cuadros.
El don de Julio Aparicio es distinto al de Morante aunque algunas veces se le parezca. Aparicio, con salpicaduras sombrías de genialidad, termina planteándose el toro como un enigma sin solución, como un misterio. Lo malo es que la mayor parte de las veces no hay enigma ni misterio y aquello, naturalmente, se convierte en un contradios que cabrea al público.
Javier Villán